Época: tartessos
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
El arte del periodo geométrico
Siguientes:
Los objetos representados
Aspectos compositivos

(C) Lorenzo Abad y Manuel Bendala



Comentario

El capítulo más llamativo del arte tartésico inicial lo componen las estelas de guerreros, de presumible destino funerario, de las que se conocen ya unos 50 ejemplares, repartidos por un amplio sector del suroeste hispano, con alguna esporádica manifestación en el valle del Ebro y el sur de Francia; las más abundantes y características se hallan en el área principal de Tartessos y su zona inmediata de acción; provincias de Sevilla y Córdoba y una notable concentración en la región extremeña. Salvo alguna excepción, carecen de contexto arqueológico, lo que dificulta su valoración y entendimiento, que debe hacerse exclusivamente a partir del análisis de las estelas mismas.
Para realizarlas se utilizaron rocas duras de diferentes tipos -diorita, arenisca, cuarcita, pizarra, etc.-, sin preparar o sumariamente tratadas, eligiendo la superficie más apropiada para la representación, que se practicaba mediante grabado o cincelado. El dibujo es, en general, bastante torpe y desmañado, lo que produce una primera impresión de arte infantiloide, poco maduro o carente de enjundia. Los motivos -armas diferentes, carros con caballos, figuras humanas, instrumentos musicales y otros- están realizados con la esquematización y el geometrismo que se universaliza como signo de la época. En conjunto se respira una evidente torpeza o incapacidad para el arte mayor, que subraya la carencia de gran altura artística en la generalidad de las manifestaciones del período geométrico. Pero debe rechazarse inmediatamente la comentada primera impresión, porque un análisis atento de las estelas permite penetrar en un mundo lleno de sugerencias, de gran complejidad conceptual y un alto significado ritual y simbólico, apreciable en más alto grado en las de mayor empeño y calidad. La soberbia estela del cortijo de Gamarrillas, junto a Ategua (Córdoba), la de Solana de Cabañas (Logrosán, Cáceres), o la de Luna (Zaragoza), permiten contemplar un lenguaje artístico con verdadera personalidad, obediente a las pautas de un estilo perfectamente definido, que en la mayoría de los ejemplares se sigue con parecido rigor aunque con menor calidad formal.

Las representaciones obedecen a patrones bastante uniformes, resumibles en tres tipos. Las estelas más simples ofrecen un esquema muy sencillo: un gran escudo redondo, con características escotaduras angulares, enmarcado arriba y abajo por una lanza y una espada. El segundo tipo es, en realidad, una variante del anterior, resultado de añadir a los tres elementos básicos otras representaciones: cascos, espejos, arcos y flechas, o, incluso, un carro de guerra o de parada. El tercer tipo se caracteriza por la presencia de una o más figuras humanas, unas veces como elemento añadido al esquema compositivo seguido en los tipos anteriores, otras -las más- colocadas en lugar preferente, como centro de la composición o vértice de la misma. Es de destacar que las más sencillas, del tipo primero, son propias de las tierras más al interior, hacia Cáceres, mientras en los sectores más meridionales predominan las de composición más compleja, por lo general con figuras humanas.